Perdí mi corazón.

A lo largo de nuestras vidas tendremos que enfrentarnos con alguna que otra crisis sentimental y siempre ayuda saber que no somos lo únicos y que es normal pasarlo mal en esta situación.

Cuando una relación se acaba, por mucho que nos empeñemos en disimular nuestros sentimientos, el dolor que nos produce la herida, a cualquier edad, puede ser una de las experiencias más duras, más difíciles que podamos pasar.

Tristeza, apatía, cambios de comportamiento, frustración, culpa, rencor.

Todos tenemos ciertos sentimientos y emociones relacionados con la ruptura. Sería preocupante no tenerlos. Son vivencias de desamor o shock sentimental que la gente suele llamar DESPECHO.

 

El despecho es inevitable. Su intensidad y duración pueden variar de

acuerdo a la duración del vínculo, las causas que provocaron el alejamiento,

el apego de cada uno y las consecuencias de la ruptura y de la forma en que

se percibe y se vive el fin de la relación.

Al inicio, la crisis es la más grave, porque no se han desarrollado

todavía los mecanismos necesarios para hacer frente a la situación. Aunque

hay diferencias individuales, al comienzo son las emociones las que nos

dominan y vivimos la ruptura con gran tristeza y culpa. Luego sentimos

rencor y es al “otro” al que vemos culpable. Culparnos o culpar al otro son

dos estados que pueden irse alternando mientras no vemos la realidad tal

como es.

Si en medio de la adversidad

persevera el corazón con serenidad,

con gozo y con paz,

esto es amor.

Sta. Teresa de Jesús

El despecho es como

el dolor de una herida

que tiene que cicatrizar.

En el DESPECHO, los sentimientos y emociones que conllevan las

rupturas al igual que las circunstancias que las rodean son muy semejantes a

las que se experimentan con la pérdida de un ser querido. Por muy doloroso

que sea, es un fenómeno normal con una evolución y sus fases. Es un período

denominado DUELO, en el cual uno tiene que adaptarse a vivir y a ser feliz

de nuevo sin la persona amada.

Ante la pérdida sentimos que nuestro mundo, nuestra vida, se

transforma, ya nada es igual. Nuestros sentimientos tienden a determinar

nuestro humor, nuestras actitudes y nuestras decisiones. Nos sentimos

inmersos en un laberinto de confusión y angustia que pareciera no tener fin.

Hay momentos en que nos sentimos mejor, pero llegan otros momentos en

que vuelve la angustia y la tristeza.

Podemos sentir aturdimiento, represión, soledad, frustración, pánico,

rabia, culpa, alivio, apatía, intranquilidad, cambios de humor, paralizamos

nuestras actividades, desarrollamos la esperanza de una reconciliación o de

una satisfacción. Sentimos desorganización y desesperación por la pérdida

sufrida.

Tenemos síntomas de estrés como fatiga, insomnio, dolor de cabeza,

pesadillas, problemas en el estómago, sensación de un nudo en la garganta.

Desinterés, falta de concentración, no se para de hacer algo, apatía,

imágenes que de pronto vienen a la mente sin quererlo, sin que nos demos

cuenta y crean intranquilidad y angustia. Tenemos la sensación de oír o ver

al ser amado sin que éste esté presente, sin quererlo, sin desearlo.

Con el paso del tiempo las emociones se tranquilizan y vemos las cosas

de una manera mas realista. Vamos sintiéndonos más independientes, menos

tristes, menos resentidos, menos culpables y vamos encontrando nuevas

formas de disfrutar.

El duelo por la pérdida no se puede resistir. Es un proceso que va

elaborándose poco a poco y no es fácil ni inmediato, ni tampoco es igual para

todas las personas. Hay que asimilarlo, comprenderlo, aprender a superarlo.

Es como el dolor de una herida abierta que tenemos que soportar, que

necesita lavarse y curar para que comience a cicatrizar.

No es fácil atravesarlo, pero es importante saber que como toda

vivencia dolorosa, algún día pasará y será sólo un recuerdo, una cicatriz que

probablemente molestará de vez en cuando,

Recuperarnos depende de nosotros mismos. Solo requiere de tiempo,

energías y voluntad para resolverlo. Con el tiempo y la confianza que

tengamos en nuestros recursos para salir adelante, aprendiendo a vivir sin

la persona amada y abriéndonos a nuevas relaciones, poco a poco, la herida

se irá cerrando.

Nos podemos demorar algún tiempo y esto depende de nuestra

personalidad, de la intensidad y calidad de nuestros sentimientos, de las

circunstancias que nos llevaron a la ruptura, del apoyo y comprensión que

encontramos en amigos y en familiares, del poder comunicar nuestros

pensamientos, nuestras ideas y sentimientos a los demás con libertad y

confianza y sin temores. De poder afrontar y resolver los problemas que

suceden al mismo tiempo y que podrían empeorar nuestra situación.

De enfrentar la realidad con autonomía, con libertad, aceptando

nuestros errores y dificultades, sin idealizar a la persona, sin idealizar

nuestra relación. Viéndonos a nosotros mismos tal como somos, sin afeites,

sin poses.

Retomando nuestra vida, aceptándonos tal como somos, con nuestros

defectos, con nuestras virtudes. Queriéndonos a nosotros mismos y

abriéndonos a las oportunidades con fe y esperanza en el futuro,

Perdonando y olvidando sin rencor, sin pena, sin culpa, volveremos a amar y a

ser amados.

Enfrenta la realidad.

Busca soluciones.

Toma decisiones.

Así irás colocando la cura que necesitas

para que tu herida cicatrice.

El estrés que nos causa

el despecho…

Los seres humanos necesitamos dar y recibir amor y apoyo emocional

para poder desarrollarnos en forma saludable y provechosa, por ello

requerimos de la unión y la compañía de una pareja y de la familia.

La ruptura de una relación amorosa es causa de tensión y malestar. El

impacto emocional que esta situación causa en el individuo crea un estrés de

grandes proporciones con reacciones emocionales, físicas y de

comportamiento que son esperadas y son parte de un proceso al que

llamamos duelo.

Nuestra forma de reaccionar ante los conflictos, problemas,

demandas, peligros y situaciones que consideramos inesperadas, sorpresivas,

adversas o dolorosas, viene determinada por una aptitud innata de lucha o

huida, cuando los estímulos que nos llegan son interpretados como

amenazantes o estresantes. Como reacción a esta percepción, se produce en

nuestro cuerpo un estado de gran tensión nerviosa.

La reacción inicial (shock) ante una situación estresante es responder

con temor, con un fuerte disgusto, frustración o con la determinación de

luchar contra él. Los siguientes son los síntomas más evidentes cuando nos

sentimos amenazados o estresados:

Las pupilas se agrandan para mejorar la visión; el oído se agudiza; los

músculos se tensan para responder al desafío; la sangre es bombeada al

cerebro para aumentar la llegada de oxigeno a las células y favorecer los

procesos mentales; las frecuencias cardiaca y respiratoria aumentan; la

sangre se desvía preferentemente hacia la cabeza y el tronco, las

extremidades y sobre todo a las manos y los pies, los que se perciben fríos

y sudorosos.

Ante estos síntomas, la persona tiende a responder con más temor y

frustración o a luchar contra los síntomas. Esto le crea mayor tensión y

mayor malestar y sobreviene en agotamiento.

Si no se libera al organismo de estos cambios ocurridos durante la fase

de reconocimiento y consideración de la amenaza, el estrés se transforma

en una reacción prolongada e intensa y se entra en un estado de estrés

crónico que puede desencadenar serios problemas físicos y psicológicos.

El impacto emocional causado por la ruptura y la pérdida, genera en

nosotros una serie de emociones y reacciones que van desde la fatiga

prolongada y el agotamiento hasta dolores de cabeza, gastritis, úlceras,

etc., pudiendo ocasionar incluso trastornos psicológicos.

Cuando uno se siente estresado y añade aun más estrés, los centros

reguladores del cerebro tienden a hiper-reaccionar ocasionando desgaste

físico, crisis del llanto, y potencialmente depresión.

El estrés crónico puede producir: Aumento de la susceptibilidad a los

resfríos; riesgo de problemas cardiacos, presión arterial alta, diabetes,

asma, ulceras, colitis y cáncer; aumento del azúcar en sangre, colesterol y

liberación de ácidos grasos en la sangre; aumentan los niveles de

corticoides; disminuye el riego sanguíneo periférico, disminuye el sistema

digestivo.

Con frecuencia el estrés se asocia a trastornos psicológicos como la

ansiedad y la depresión. También produce incapacidad para tomar

decisiones, sensación de confusión, incapacidad para concentrarse,

dificultad para dirigir la atención, desorientación, olvidos frecuentes,

bloqueos mentales entre otros.

Debemos prevenir entonces, el agotamiento y la enfermedad que nos

podría causar el estrés ante una ruptura, una sepración.

En esos momentos tan críticos, no te alarmes, no te desesperes, no

aumentes más tensión a tu organismo. Acepta las reacciones y cambios que

estas experimentando. Son reacciones normales de tu organismo a una

situación que sientes amenazante –“sobrevivir al fin de una relación”.

Tranquilízate, son reacciones pasajeras que con tiempo y descanso irán

desapareciendo.

Relájate. Mantén una conversación interna contigo mismo. Dile a cada

músculo, a cada parte de tu cuerpo que se relajen. Recuéstate, cierra los

ojos y toma un breve descanso. Ten paciencia y espera unos cuantos días

para que tu organismo se recupere y los síntomas desaparezcan.

La amargura tiene el poder de destruirnos.

Aquel que vive amargado no se lleva bien

ni siquiera consigo mismo.

Aquel que está lleno de rabia y de ira

no se perdona ni a sí mismo y

menos perdona a los demás.

Paso a paso

voy elaborando mi duelo

y me voy sintiendo mejor

La ruptura de una relación sentimental es un proceso doloroso que

produce en nosotros reacciones a nivel físico, emocional, mental, espiritual y

social. Tiene su inicio y su fin y es vivido de manera similar en todos

nosotros.

Este proceso, llamado duelo, pasa por diferentes fases o etapas que

necesariamente tienen que fluir para superar todas esas emociones,

sensaciones y reacciones que nos causa el despecho.

Schock, negación, pena, tristeza, adjudicación de la culpa, resignación,

reconstrucción y resolución, son fases de este proceso que detallamos a

continuación:

1. Fase de insensibilidad o shock. Negación, parálisis

Cuando sobreviene la ruptura, nos paralizamos. La mente bloquea la

realidad y tenemos la impresión de que no es verdad lo que nos está

sucediendo. Se tiene la sensación y el pensamiento de que todo es un sueño

o una pesadilla y se desea despertar.

Uno siente que no puede o no quiere aceptar la ruptura y nos

desentendemos de la situación por un breve período de tiempo — pueden

ser horas o semanas — con algunas interrupciones o con episodios de

tristeza o cólera.

En este estado, incapaces de manejar adecuadamente nuestras

emociones por el dolor que nos causa la herida, nos sentimos

desorientados. Podemos reaccionar inadecuadamente a las situaciones,

mostrarnos impacientes y poco tolerantes, tener explosiones de carácter,

llanto o aislamos o alejamos de la vida social.

Nuestras emociones se manifiestan sin contacto real con lo que nos

rodea y no se está en condiciones de tomar decisiones importantes.

Vivimos, nos movemos, seguimos nuestra rutina diaria, nuestro estilo de vida

en forma automática, pero con ansiedad y temor.

2. Fase de anhelo y búsqueda de la persona amada. Protesta, ilusión

y esperanza.

Al cabo de un tiempo, empezamos a enfrentar la realidad, aunque sea

por momentos, pero no la aceptamos pues el desconcierto es profundo.

Anhelamos que la persona vuelva y nos negamos a aceptar que la

ruptura o la pérdida durarán. “Esto no me está sucediendo… va a volver… se

le va a pasar… es solo una rabieta… es mentira… ya volverá…”, son

pensamientos que surgen como mecanismo de autoprotección.

Es una fase de protesta en la que se puede realizar esfuerzos intensos

por mantener contacto con el ser amado. Buscamos formas y acciones para

restablecer la relación, y nos sentimos ansiosos, esperanzados. Sentimos

anhelo, incredulidad no queremos aceptar la realidad.

Enfrentar la realidad no es fácil, nos lleva algún tiempo e implica no sólo la

aceptación razonable del hecho, sino también su aceptación emocional.

Podemos ser intelectualmente conscientes de la ruptura mucho antes que

las emociones nos permitan aceptar plenamente que ésta ocurrió.

3. Fase de Frustración y desamparo. Enojo y culpa.

Comienza cuando la negación comienza a decaer y vamos aceptando que

la ruptura ocurrió y que no podemos hacer nada para recuperar lo perdido.

Al empezar a afrontar la realidad, surge también la culpa. Se

recuerda, con resentimiento, las cosas que se hicieron con el ser amado

cuando aún estaban juntos. Se idealiza el pasado y se culpa y responsabiliza

a uno mismo, al otro, a las circunstancias, a otras personas, por faltas,

asuntos no terminados o errores que se cometieron. Nos sentimos

enojados, molestos con nosotros mismos, con el otro y con los demás. Todo

nos fastidia, todo nos molesta.

No todas las personas expresan el enojo o la rabia de la misma manera.

Algunos podrán expresar sus emociones a personas de su confianza y así

lograr manejar adecuadamente sus emociones, otros se sumirán en la

tristeza, la depresión y hasta la desesperación, otros podrán reaccionar sin

control y violencia, otros podrán reprimirla y manifestar síntomas más

graves de estrés.

Si el enojo no se ventila y se expresa verbalmente, la culpa puede

obstruir la expresión del enojo y transformarse en ira reprimida con

consecuencias en la salud física y mental de la persona, perjudicando

además sus relaciones con otras personas.

4. Fase de desorganización desesperanza y desespero. Conciencia

de pérdida y soledad.

Durante esta fase, el dolor que se sufre es el más profundo. La

persona encuentra difícil funcionar en su medio sin el otro y comienza a

sentir una gran desorganización

El impacto de la ruptura se torna en una realidad constante. El

sentimiento de pérdida se apodera del ánimo del despechado. La realidad

llega a ser abrumadora y se acentúa cada vez que los detalles cotidianos

traen el recuerdo de la persona amada. Algo está ausente, algo falta… El

enfrentamiento con la realidad nos crea sentimientos de pérdida y de

soledad.

Durante esta fase, sentimos que es difícil vivir, actuar como lo

hacíamos antes, funcionar en nuestro medio sin la otra persona y

comenzamos a sentir una gran desorganización.

Nos sentimos enfermos, confundidos, culpables por la ruptura o las

circunstancias por las que sucedió la separación. Nos sentimos incapaces de

funcionar como lo hacíamos antes.

Soñamos con la persona amada, presentamos olvidos frecuentes, nos

sentimos amargados, frustrados, reaccionamos con hostilidad. Nos aislamos,

tratamos de evitar cosas, lugares, personas que nos hagan recordar a la

otra persona. Presentamos trastornos del sueño, trastornos en la

alimentación. Podemos presentar crisis de llanto, malestar corporal,

depresión. Nada nos emociona, nada nos gusta, nada nos conmueve.

Vivimos además una gran variedad de emociones: tristeza, rabia, odio,

culpa, ansiedad, impotencia, miedo e inclusive alivio o tranquilidad o deseos

de venganza, de hacer algo para que la otra persona sienta lo que estamos

sintiendo. Sentimos celos, desconfianza, inseguridad, faltos de valor,

sentimientos de inferioridad. Nuestra autoestima baja y no sentimos que no

somos nada ni nadie. Pensamos que no podremos vivir sin la otra persona. Es

el enojo que surge por el sentimiento de frustración y desamparo que nos

está causando el despecho.

Esta fase es peligrosa para el que sufre. Anhela llenar el vacío que

siente. Se olvidan las faltas o defectos de la persona amada y se le

atribuyen cualidades excepcionales. El peligro se da cuando el doliente

transfiere esas cualidades a otra persona o cree que nunca encontrará otra

persona como la que perdió.

Es necesario hacer fluir sanamente el dolor de la ruptura

enfrentándola tal como se da, para así recobrarnos de la pérdida y de la

soledad sin paralizarnos, sin reemplazar, sin generalizar, evadir o luchar

contra el proceso.

5. Fase de conducta reorganizada. Alivio y restablecimiento.

A medida que vamos fortaleciéndonos y restableciéndonos de la

pérdida, volvemos a darle sentido a nuestra vida, vemos el futuro con más

confianza y seguridad en nosotros mismos, gozamos más el presente. El

recuerdo de la persona y de la ruptura se va haciendo menos doloroso.

Esta etapa se va desarrollando lentamente, mientras vamos

aprendiendo a manejar nuestros sentimientos y emociones. Vamos sintiendo

alivio al ir deshaciéndonos de la culpa y del enojo y vemos la ruptura, la

situación tal como sucedió en realidad.

Empezamos a organizar nuestra vida, a sentirnos más cómodos

viviendo, moviéndonos sin la otra persona –¡estamos viviendo nuestra vida

sin el otro y seguimos viviendo!–. Con esto no estamos renunciando al

recuerdo, estamos colocando a la persona en el lugar adecuado en nuestra

memoria. Enfrentamos la realidad y continuamos viviendo de manera eficaz

en este mundo.

El duelo, aunque nos disguste, debemos vivirlo. Es como la herida que si

no se lava, se cura o se sana a medias va a presentar complicaciones y

problemas en el futuro. Debemos dejar que el proceso fluya.

Nunca borraremos de nuestra memoria a la persona que ha estado

cerca de nosotros, de nuestra historia. Se trata de encontrarle un lugar

adecuado en nuestros sentimientos y abrirnos hacia los otros, hacia un

mundo lleno de oportunidades y esperanzas.

La ruptura, la separación, el duelo, no se supera, uno se recupera y esto

molesta de vez en cuando, como lo hace cualquier herida. Sin embargo

habremos aprendido de la experiencia. A vivir sin la angustia, sin la culpa, sin

el enojo, con nuestra realidad, nuestra personalidad, nuestros recursos,

nuestro sentido de la vida, para nuevamente amar y ser amados.

SEÑOR:

Enséñame a aceptar las cosas que no puedo cambiar.

Dame valor para cambiar aquellas que puedo y

sabiduría para aceptar la diferencia.

Alcoholicos Anónimos (A A)

Cuando el dolor

no se procesa…

Ante la ruptura de una relación es imprescindible normalizar nuestra

vida lo antes posible y evitar desarrollar pautas de conducta destructivas

que el común de la gente emplea como paliativo para mitigar su pena.

Se intenta escapar del dolor aferrándonos a fantasías que poco o nada

tienen que ver con la realidad y posponemos el momento en que tendremos

que enfrentemos a esa “profunda sensación de fracaso e insuficiencia” y al

“sentido de pérdida”, que es parte del proceso que tenemos que vivir.

Ilusionarnos o tener fantasías es hasta cierto punto normal y su

contenido variará según cual haya sido nuestro papel tanto durante la

relación, como en la ruptura: rechazado o rechazador.

Nuestra mente muchas veces nos juega malas pasadas y construimos

una imagen de nosotros mismo y de la otra persona que no se ajusta a los

hechos, a las circunstancias, a la vida que lleváramos con esa persona y a los

motivos de la ruptura. La idealizamos, la desmerecemos, culpamos a otros de

la situación, nos culpamos a nosotros mismos y con esa culpa vivimos

infelices añorando algo que ya se perdió y que probablemente nunca se

recupere.

Muchos toman posturas extremas a la hora de asignar culpas. Unos se

asumen culpables de todo, de lo que se ha hecho y de lo que les han hecho o

han dejado de hacer. Otros no asumen responsabilidades y consideran que

toda la culpa la tiene el otro, asumiendo ser una pobre víctima de las

circunstancias. Se suele además descalificar a la otra persona pensando que

así podrás recuperarse de la crisis que estás atravesando.

Engañarnos a nosotros mismo y utilizar cualquier mecanismo que nos

aleje de e la realidad retrasará nuestro proceso de “curación”, ya que si

bien en un momento podremos “consolarnos” con este tipo de engaño, en

nuestro interior siempre se revelará la parte de nosotros que conoce la

verdad.

Si pensamos que la soledad, el alcohol o las drogas, huir a otro lugar,

consolarnos con relación accidentales, nos pueden aliviar, estamos muy

equivocados. No nos ayudarán, nos enfermaremos y tendremos mayores

problemas.

El alcohol y las drogas nos alejan de la realidad, nos hunden y nos

enferman. La soledad deprime, nos aparta de otras personas que nos

quieren y se preocupan de nosotros y también enferma.

Tampoco servirá confiar en personas inadecuadas, charlatanes, gente

de poca confianza, pues no nos aportarán protección, apoyo o soluciones. Es

preferible hablar de nuestro dolor, de nuestros sentimientos con personas

de confianza que nos apoyen y nos comprendan

Entablar una nueva relación prematuramente, sin haber resuelto el

duelo no es saludable ni para ti ni para la otra persona. “Un clavo no saca a

otro clavo”, Es probable que cada vez que te sientas “enamorado” en

realidad estarás “necesitado”. En lugar de enfrentar el dolor, estarás

buscando a una persona que te cuide o te acompañe para que el tiempo pase

más rápido y no estar solo, pero no a una pareja.

No es tampoco una solución aislarse, huir y dejarlo todo. El dolor lo

llevamos por dentro, nos seguirá a donde vayamos y eso nadie lo puede

cambiar.

Hay personas que insistentemente se mantienen apegados al pasado sin

darse oportunidad para construir un futuro. Encuentran la ruptura, tan

dolorosa que hacen un pacto consigo mismos para no volver a querer, no

volver a sentir no volver a amar. Cierran puertas, no se dan oportunidad para

superar su dolor y establecer una relación que le proporcione amor,

compañía, protección, apoyo tan necesario para una vida sana, para una vida

tranquila y feliz. El amar a otras personas y continuar viviendo no significa

querer menos o no querer de verdad.

Algunos se torturan escuchando música o contemplando objetos,

lugares que insistentemente le hacen recordar a la otra persona, sin darse

oportunidad para afrontar la realidad y vivir su dolor con dignidad.

No llames si no quieren escucharte, no busques si no te quieren

encontrar. Esto prolonga tu dolor, lo convierte en obsesión, baja tu

autoestima y hace que tu vida y la del otro sean un infierno

Otros reaccionan imponiéndose, tratando por todos los medios de

lograr que se reanude la relación. La violencia, el chantaje, la manipulación,

no conduce a nada. Nos hace vivir un infierno, nos trae graves problemas.

Este comportamiento genera odio, resentimiento, enfermedad.

Estacionarse en una de las fases del duelo significa detener el proceso

y seguir sufriendo, Deja que el despecho se elabore. No te detengas, deja

que fluya y trabaja en tus emociones y sentimientos en cada etapa.

Desarrolla las técnicas necesarias para manejar mejor tus emociones

Cuando el duelo no se resuelve positivamente, se vuelve crónico y no

nos recuperamos. Lo que distingue el duelo normal del anormal, es la

intensidad y duración de las reacciones en el tiempo. En el duelo anormal el

proceso queda bloqueado y el dolor no es elaborado.

Si los sentimientos de fracaso e insuficiencia se apoderan de nosotros,

es importante recordar que somos responsables de nuestra propia conducta

y que no podemos cambiar la conducta de la pareja, a menos que ésta quiera.

Tu única preocupación deberán ser los cambios que tu necesitas hacer en tu

vida.

El amor no se obliga. Es más saludable vivir nuestro duelo, nuestro

despecho y salir adelante sin rencor, sin culpa. Perdonando y olvidando.

Viviendo y dejando vivir.

Hay que ver lo positivo del fracaso.

Tómalo como un aprendizaje.

“No hay mal que por bien no venga”.

Piensa que aunque sientas que se te cierran las puertas,

siempre habrá alguna

que tarde o temprano se abrirá para ti

e incluso con mejores oportunidades.

Qué hacer para soportar…

para superar tanta angustia,

tanto dolor!!!

No todas las personas reaccionan igual ante la ruptura amorosa. Pensar

que nuestro mundo se ha vuelto confuso e inseguro, que tenemos

sentimientos y emociones encontradas, que sentimos rabia, cólera y tristeza

a la vez, es normal en estas circunstancias.

Deja que tus emociones fluyan, acéptalas, son propias del duelo. La

rabia, la cólera, la tristeza, el desconcierto, la impotencia, son emociones

naturales que así como aparecen también se agotan y desaparecen. Todos la

sufrimos. Son parte de nuestro dolor. Si te opones a ellas van a aparecer

con más intensidad y el dolor será más agudo, no lo podrás soportar y

enfermarás.

Siente tus emociones como algo desagradable que tiene que suceder.

Acéptalas como parte de tu dolor, vívelas, verás que en el futuro te

rendirán muchos beneficios.

Ante la emoción de rabia, de cólera, vívela, siéntela, pero sin hacerte

daño ni hacer daño al otro o a otros. No hagas al otro o a otros recipiente

de tu cólera, no tienes derecho aún sí el comportamiento de esa persona te

haya afectado profundamente. No es necesario.

No des paso a la ira, si estas muy cargado de rabia, de rencor, golpea

un colchón o un cojín, un muñeco, grita, insulta con todas tus fuerzas,

siempre y cuando estés a solas y no lo hagas para herir o agredir a alguien

No tienes derecho a hacerlo.

La violencia, la manipulación el querer imponer una situación o dirigir tu

rencor, tu hostilidad hacia otras personas inocentes, crea problemas, causa

tristeza y dolor en quien no lo merece. Terminas solo, frustrado, con un

dolor más intenso, más insoportable … la tristeza y la cólera permanecerán

sin superarse y la culpa se incrementará por tu actuación.

Comparte tu dolor con libertad y amor. Pon tu confianza en familiares,

en amigos de confianza, en personas que te escuchen, te comprendan y te

apoyen.

Disimular nuestro dolor no es bueno. No permite la comunicación con

otros que nos pueden acompañar y aliviar nuestro dolor.

Revive la experiencia de la ruptura, de la separación, de tu despecho,

esto facilitará tu recuperación. Duelo que no se habla es duelo que no

cicatriza.

Acércate a las personas en plan de amistad, no te aísles aunque ese sea

tu deseo. Busca a la gente, no esperes que ellos te busquen a ti. Recobra o

crea un círculo social y mantente ocupado en actividades que requieran

esfuerzo físico.

No dudes en utilizar formas paras descargar tu angustia, tu estrés,

con ejercicios físicos, relajación, imaginería, pasatiempos, deportes.

Recupera las actividades que antes te agradaban y habías dejado por tu

relación. El fin es reconstruirse, volver a vivir con plenitud.

Para facilitar el proceso de duelo, no busques a tu ex pareja, rompe

contacto con ella, al menos por un tiempo. No dejes que los demás te vengan

con comentarios o chismes. Esto te evitará interpretaciones de

pensamientos o actitudes que no conocemos y comportamiento que puede

que no se ajusten o que esté muy alejada de la realidad .

Recuerda que el duelo requiere de tiempo y esfuerzo, que depende de

la situación individual, del tipo de relación que mantuviste con esa persona,

de las circunstancias que rodean a la ruptura de la relación, de los rasgos de

personalidad de quien lo vive.

Cicatrizamos más fácilmente nuestra herida buscando información

acerca de lo que es y lo que se siente durante el proceso de duelo, cuánto

dura, qué factores modifican o alteran el proceso de cicatrización.

Recordando los hechos y circunstancias de la ruptura y nuestra vida

con la ex pareja podrán venir a nuestra memoria los detalles y las cosas que

realmente pasaron. Esto nos permitirá traer a nuestra memoria a la otra

persona, a la relación, sin culpa ni rabia.

Aunque es muy doloroso, esto permite una mayor descarga de angustia

y dolor. Es como la cura que se le hace a una herida abierta durante el

proceso de cicatrización.

Reconociendo y tratando cada uno de los componentes de nuestro dolor

y realizando actividades para superarlo, la herida se irá cerrando.

No pretendas no vivir o acelerar un proceso que tiene varias etapas y

que es propia de los seres humanos. De ti depende que el proceso se acelere

o se retrase.

Comienza a asumir el control de tu vida, realiza los cambios necesarios

para recuperarte, para recuperar tu realidad, para levantar tu autoestima,

tu personalidad, para darle un nuevo sentido a tu vida.

Observa las oportunidades que tienes en este momento, analiza la

situación y ve los pro y los contras de la situación,. Analiza y ve el lado

positivo, aprende de la experiencia, utiliza todos tus recursos biológicos,

psicológicos y ambientales para salir adelante con fe y esperanza en un

futuro mejor.

Busca tu bienestar físico y psicológico: esfuérzate por dormir bien,

comer y trabajar bien; mantener relaciones sociales saludables, dominar o

retomar alguna actividad o tarea que te haga sentir útil y bien , dale sentido

y pertenencia a tu vida, mantén el control de tu propio destino, siente

satisfacción de ti mismo y de tu propia existencia.

Recuperando nuestra realidad, nuestro sentido de la vida, nuestra

alegría y buen humor y la confianza en el mundo, estaremos estableciendo

las bases para un futuro sano y seguro Queda la cicatriz que como toda

herida, molestará de vez en cuando.

No dudes en buscar ayuda profesional si crees que no puedes manejar

la situación o lo necesitas. En la terapia se brinda ayuda solidaria para

lograr una mejor comprensión y aceptación de nosotros mismos y cambiar

nuestras actitudes hacia nosotros, hacia los demás y hacia el mundo en

general.

El sentirse devaluado e indeseable

es en la mayoría de los casos,

la base de los problemas humanos”

C. Rogers

¡Neutraliza esa pesada

carga que es la culpa, el

rencor…!

El despecho es el shock, el dolor por la herida que nos causa la ruptura o

la separación del ser amado.

En toda situación adversa que causa pena y dolor, están presentes tres

elementos:

La herida o daño o perjuicio causado por la ruptura o separación.

La deuda, dolor o sentimientos (ira, frustración, amargura, odio, rencor,

culpa, despecho) que acompañan el recuerdo de la experiencia y que nos

engancha emocionalmente al que nos causó la herida.

La cancelación o anulación de la deuda o liberación, que deviene de la

satisfacción, reparación, reconciliación, devolución o el olvido y el perdón.

No son los hechos los que nos hacen sufrir sino el significado que le

damos a los acontecimientos. Es el cómo percibimos, vemos, oímos y

sentimos la experiencia de la ruptura y la separación y cómo esta se grava

en nuestra memoria. El recuerdo ligado a las emociones que hacen que

emerjan todos esos sentimientos y que se reflejan en nuestras reacciones

corporales y en nuestra conducta es lo que nos hace sufrir y nos “engancha”

a la situación y a esa persona que es hoy la causa de tantos sentimientos

encontrados, pues unas veces la amamos y otras la odiamos, unas veces la

culpamos y otras nos culpamos.

De cómo percibimos los hechos depende de nuestra personalidad, de

nuestras experiencias, del control que tengamos sobre nuestras emociones,

de la forma como enfrentamos y resolvemos nuestros problemas y de la

decisión, voluntad y esfuerzo que realizamos para cambiar el recuerdo de la

experiencia vivida.

Buscar explicaciones, una satisfacción, reparación, o la reconciliación

inmediata es con frecuencia imposible –o se tarda demasiado o nunca se

logra–. La herida permanece abierta, nuestro dolor no se cura y nos

convertimos en personas angustiadas, frustradas, amargadas,

malhumoradas, temerosas, pesimistas, solitarias, obsesivas, culpables,

agresivas, conflictivas y enfermas, pues el recuerdo y las emociones

negativas y los sentimientos encontrados, nos causan problemas físicos y

psicológicos.

Para liberarnos de la pesada carga del recuerdo que lastima y limita

debemos primero olvidar y luego perdonar.

Olvidar es una de las funciones de la memoria que nos permite liberar

de nuestra conciencia, el dolor que acompaña las experiencias penosas.

El tiempo para olvidar es muy personal y es involuntario. No se pueden

cambiar los hechos, pero si la experiencia de los mismos. Es decir,

podemos esforzarnos por transformar el recuerdo y acelerar el proceso

del olvido.

Transformar el recuerdo significa recordar y contemplar los hechos a

distancia, neutralizando las emociones, colocándonos inclusive, en el lugar de

la otra persona, sin juzgar, sin criticar, sin comparar, sin compadecerse,

sin pena ni culpas, eliminando toda emoción anidada en nuestro recuerdo y

que ha determinado la forma como hemos percibido la experiencia, para así

estar en capacidad de perdonar.

Perdonar es liberar de la deuda o neutralizar (olvidar) las emociones

ligadas al recuerdo de la experiencia o de aquel que nos causó el dolor. Sin

embargo, el perdonar no borra el daño, no exime de responsabilidad al

ofensor, ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida.

Perdonar es un proceso complejo que solo nosotros mismos podemos hacer.

Perdonar no es aceptar pasivamente la situación, dejar hacer a la otra

persona o culparnos por la situación.

Perdonar no es olvidar o negar la situación y dejar que el tiempo o Dios se

hagan cargo. Tampoco es culpar a otros, a las circunstancias o al destino.

Perdonar no es justificar, entender o explicar por qué la persona actúa o

actuó de esa manera.

Perdonar no es esperar por la restitución, por una satisfacción, por alguna

explicación a los motivos que tuvo la otra persona para dejar la relación.

Perdonar no es obligar al otro a que acepte tu perdón o decirle “te

perdono” para hacerlo sentir “humillado” . Tampoco es buscar u obligar a la

reconciliación.

Perdonar es, en primer lugar, reconocer nuestros errores y perdonarnos

a nosotros mismos. Esto es, aceptar lo que no podemos cambiar, cambiar lo

que podemos y aprender a establecer diferencias, sin remordimientos, sin

culpas, sin odios ni rencores.

Perdonar es buscar la solución a los conflictos, apartando de nosotros,

todo sentimiento negativo como el rencor, odio, culpa, rechazo, deseos de

venganza, pues son sentimientos inútiles que esclavizan y crean mayor

frustración, mayor desesperanza.

Cuando no perdonamos no tenemos alegría ni paz. Nos volvemos

impacientes, poco amables, nos enojamos fácilmente causando rivalidades,

divisiones, partidismos, envidias.

Cuando no perdonamos, nuestras ideas y pensamientos se vuelven

destructivos, pesimistas, erróneos; perdemos la confianza y respeto por

nosotros mismos, desarrollamos conductas que crean mayores conflictos y

nuestro modo de vida y nuestras relaciones con los demás, quedan

afectadas.

Cuando no perdonamos estamos permitiendo que nuestra salud, nuestro

crecimiento personal, nuestro desarrollo y nuestra vida, esté gobernada por

la decisión y la conducta de alguien que nos dejó y que decidió por la

separación.

Olvidar y perdonar nos permite en primer lugar, controlar nuestras

emociones y reacciones. Eleva la autoestima, nos da mayor seguridad y

confianza. Facilita la recuperación de la habilidad para aprender,

discriminar y seleccionar nuestras respuestas ante situaciones futuras.

Aprendemos además, a actuar con madurez y sabiduría frente a la

adversidad.

Olvidar, perdonar y perdonarnos, aunque doloroso, es deshacernos de la

pesada carga de la culpabilidad, la amargura, la ira que nos embarga cuando

nos sentimos heridos. Es abrir caminos hacia la esperanza de nuevas

oportunidades. Es crecer y desarrollarnos como personas positivas, libres

para vivir en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás.

Si no tenemos la capacidad de olvidar y perdonar

llevaremos una carga innecesaria

a lo largo de nuestras vidas-

Sugerencias que podrían

Ayudarte a sentirte mejor.

Saber qué es el proceso de duelo, conocer el estrés que surge ante

esta situación, reconocerlo y sobre todo, saber cómo está afectando

nuestro organismo, es el primer paso en su manejo y control.

Haz un inventario de los problemas y las cosas que te causan tensión y

estrés. Escríbelas y uno a uno, analízalos y busca alternativas para su

solución

Analiza tus pensamientos, tus ideas, tus emociones y tu

comportamiento. Vive de realidades. No te refugies en ideas o fantasías,

pues retrasas el proceso de duelo y te causa más angustia y depresión.

Deshecha los pensamientos y recuerdos intrusos. Cuando estos

aparezcan trata de distraer tu mente en alguna actividad que te distraiga.

No te exijas más de lo que puedas dar.

Cuide tu alimentación. El tabaco, café y alcohol potencian el estrés

Intenta dormir bien. Relájate con un baño de agua caliente, ejercicios

físicos, alguna actividad que te permita descargar tus tensiones.

Visita al médico para examinar tu estado de salud. No dudes de buscar

ayuda profesional si crees que lo necesitas.

Habla, di lo que sientes, lo que piensas, saca afuera todo lo que tienes

dentro, esa hostilidad que no te deja estar en paz contigo mismo ni con los

demás. Cuanto antes mejor. Aprenda a contar lo que te pasa. Duelo que no

se habla, duelo que no cicatriza.

Practica el optimismo.

Aprenda a decir que NO cuando algo no te gusta o no te conviene.

Ríe más. El humor es una de las mejores formas de alejar el estrés y

estimula la producción de una sustancia similar a las hormonas reductoras

del estrés que se liberan a través del ejercicio.

No seas perfeccionista. No dejes que tu anhelo de perfección y el

temor al fracaso te paralicen de ansiedad.

Controla tu malhumor. La gente que se disgusta en silencio corre aún

mayor riesgo.

Debes buscar tiempo para almorzar, recrearte y descansar.

No pospongas, cuando algo deba ser hecho, hazlo de inmediato.

No generalices. No hagas comparaciones inútiles. Toda persona, toda

situación es diferente por más similitudes que le quieras encontrar. La

memoria y la imaginación nos causan malas pasadas.

Te pueden sobrevenir sentimientos de inferioridad, sentir que no vales

nada y por ello sentirte inseguro, hostil, malhumorado, desesperanzado.

Levanta tu autoestima, reconoce tu valer. Tienes todo un futuro por

delante, no dejes que el dolor, el pesar te hundan en la tristeza y la

desolación.

Evita buscar culpables. Esto crea odio y resentimiento. Acepta la

realidad y los hechos tal como sucedieron.

Deja de sentirte culpable. El remordimiento y la culpa te crean

angustia y desesperación y no te conduce a nada. La culpa es una de las

emociones humanas más inútiles.

Tampoco guardes rencor. El rencor te amarga, te mortifica. Perdona y

olvida.

Domina tus deseos de venganza y elimínalos de tu mente. Afronta la

realidad, Fíjate metas y objetivos reales a corto plazo y utiliza todas tus

energías y recursos para alcanzarlos.

Vive en paz y deja vivir. Cada uno de nosotros somos dueños de nuestra

vida y de nuestro destino.

Escoge tus luchas cuidadosamente. Preocúpate de las cosas que puedes

controlar, no de aquellas que escapan de tus manos.

Se fiel a tus sueños y esperanzas.

Haz ejercicios, te conviene. Aprende a jugar, utiliza técnicas de

relajación, imaginería, meditación, convierte tus quehaceres en juegos.

Busca algún pasatiempo. Realiza alguna actividad que te guste.

Aprende algo nuevo. Intenta arreglar cosas en casa o construye algo

No te aísles. Comparte más tiempo con tus familiares, con tus amigos.

Ten presente que la soledad trae amargura y depresión.

Tu puedes mostrar a la persona que realmente eres, sin afeites, sin

irrealidades, sin engaños ni mentiras.

Tu puedes buscar formas para levantar tu autoestima, desarrollarte

como una persona adaptada, sana, capaz de dar y recibir afecto.

Tu eres capaz de todo lo que te propongas. Solo depende de ti , de que

lo hagas enfrentando la realidad con todas sus consecuencias y de los

esfuerzos que hagas por lograrlo.

Algunos rasgos positivos propios del bienestar psicológico que pueden

mejorar las capacidades y ayudar al bienestar y la salud de las personas son:

1. Dormir, comer y trabajar bien

2. Mantener relaciones sociales saludables

3. Dominar alguna actividad o tarea

4. Sentimiento de pertenencia y de sentido

5. Control sobre nuestro propio destino

6. Satisfacción de sí mismo y de la propia existencia.

La vida nos hace vivir situaciones de conflicto, dolor,

frustración, renuncia, duelo

pero también está llena de alegrías, proyectos,

esperanzas, ilusión, lucha y adaptación.

De nosotros depende el énfasis que le demos al dolor,

al conflicto, a la culpa, a la venganza, al desinterés, a la violencia,

a la pasividad y a la frustración,

o dedicar todas nuestras energías físicas, psicológicas,

espirituales, morales y

toda la entereza de la que somos capaces

para reconstruirnos con optimismo y fe y

desarrollarnos como personas saludables, felices,

capaces de dar y recibir amor.

con confianza, con libertad, sin limitaciones, sin culpas, sin

desesperanza., con oportunidades.